lunes, 30 de agosto de 2010

Albarracín: Sobre ti duerme el tiempo

Amanece y el mar se tiñe progresivamente de luz. Desde lo alto de la colina observo las siluetas de los edificios recortarse sobre los brillos de las olas. Pulso OFF, todo está descolocado, hasta el cartel de autopista que indica Benidorm. Paro a desayunar en un área de servicio clónica que sirven alimentos clónicos. Sólo me estimula el aire fresco de la mañana.

Continúo. Dejo la AP7 y cojo la A23 que me lleva hacia Teruel. Algo empieza a cambiar. Después de las estribaciones del Parque Natural de  Sierra Calderona dejo atrás el castillo de Segorbe. Todo, tierras rojas.




En las llanuras sorprendo a los agricultores colocando los campos de paja que la noche anterior habían recogido en rollos; dura labor, no suficientemente recompensada.




Dejo atrás Teruel hasta que encuentro un enorme indicador, con ansias de monumento, de piedra y azulejos, ya destartalado por el tiempo. Comienza la sierra de Albarracín y observo la magnifica labor del Tiempo: Todos los granitos de arena están colocados en su sitio, en forma de estratos deformados por fuerzas enormes, lavados con agua de lluvia y secados al viento. Empequeñezco. Pulso ON.




Albarracín. Aparco el coche junto al Guadalaviar y miro hacia lo alto. El pueblo se sitúa en la ladera de un monte que hay que subir. Es temprano, pero ya hace calor. Empiezo a subir.




Todos sus monumentos, incluida su enorme muralla oscurecen ante el verdadero monumento que supone el pueblo en sí.




Casas construidas en base de piedra, madera y yesos rojos que provocan según que niveles de deformación de los edificios.




Todos los elementos se ordenan de una manera espontánea que te lleva hasta una hiperactividad visual que debes controlar:

Calles, puertas,




 esquinas,




 farolas,




 picaportes,




numeraciones,




arcos




 y flores silvestres...




Pero Albarracín no te regala nada. Tienes que luchar con los muy altos contrastes de luz de sus calles estrechas




 y el exceso de homogeneidad de los colores, siempre de forma reflexiva.




Al salir, y con el pueblo, todavía, a mis espaldas me vienen a la cabeza cientos de fotografías no hechas. Olvido, voluntariamente, apagar la cámara.

Mi agradecimiento a J.A. Labordeta por el titulo de este post.


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